Con los ojos entrecerrados, me sumerjo en un bosque, un paisaje profundo y sensorial. Me lo invento, me lo imagino, un ensueño, la consumación de los deseos, de los permitidos, los prohibidos, los ocultos, los vergonzosos, de los que reniego, pero abrazo bajo las mantas cuando nadie nos ve.
De esa irrealidad tan real para mi, de mi fantasía.
Con la total conciencia de que esa entelequia solo puede existir en ese plano, que al igual que el hielo que se derrite y deja de ser hielo y es agua, y no las dos cosas, la imaginación lo es hasta el punto que deja de serlo, y por tanto para seguir en mi paisaje utópico debo mantener sus límites que marca mi mente, lo real no es fantasiosa y la fantasía no es real, son antónimos, separados por el abismo de los opuestos. Y con los ojos entrecerrados disfruto de mi momento en ese universo al cual sólo yo tengo acceso, en el cual yo rijo y no hay ley que pueda alterarlo ni gobernarlo. Puedes coartar mi realidad pero la utopía sigue, intacta, dentro de mi, con los ojos entrecerrados.
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